miércoles, 23 de marzo de 2011

LA MÚSICA (CELESTIAL) DE LAS VARILLAS

     


  Elevo el brazo desnudo por encima de mi cabeza. En el extremo, mi puño se cierra alrededor de un vibrante haz de varillas finas de bambú, que relampaguea a la tenue luz de las velas. Cierro los ojos un instante, detengo el tiempo, paladeo el contraste entre esta inmovilidad y la corriente eléctrica que recorre mi brazo, alcanza el puño, se expande a lo largo de los dedos crispados y se transmite a las varillas; y, de ahí, al ambiente de la habitación caldeada por el fuego de la chimenea. Una sorda tormenta se gesta dentro de mi pecho sobre el fondo sonoro que componen el crepitar de los leños y el zumbido de la sangre en el cerebro. Respiro hondo, abro los ojos: en la penumbra que desgarra la luz de las llamas, se distinguen, nítidas, tus dos lunas blancas, de un blanco níveo, como de polvo de arroz, perfectamente enmarcadas por el negro de las medias y el burdeos del corpiño. Reclinada sobre la banqueta de madera, con las muñecas unidas a los tobillos, toda tú eres un altar de carne y piel sacrificiales. Me bastaría con agacharme un poco para poder contemplar la concha cerrada y lampiña de tu sexo, como un delicioso bocado en el que hundir los dientes y al que hendir con afilada lengua. Pero prefiero retener el ansia, prolongar indefinidamente el momento, mientras percibo tu respiración agitada, el vaivén, como de marea urgente, de la insoportable tensión de la espera. Implorarías, si no tuvieras la boca sellada, por que lo que ha de venir, sea, pero ya, sin mayor dilación, en este mismo instante. Y yo permanezco inmóvil, ajeno a tu muda súplica, con el brazo en alto, sin prisa. Cada poco, tu carne se estremece involuntariamente, mientras yo aguardo, paciente, a que se acreciente tu deseo de que algo -lo inevitable- por fin suceda.


1 comentario:

Sara Mago dijo...

El bambú es, sin duda, un material noble, al menos tanto como la grupa que lo recibe. Imagino las marcas sobre la piel blanca, rectas, rojizas, como caminos en el desierto. Dicen que, bien hechas (con la presión justa, sin violencia, con la contención epicúrea de quien sabe que el placer es frágil), duran unos minutos para luego borrarse. Fugaces, porque existen para deparar un placer efímero. Como el orgasmo, como la escultura en la playa... "Como en los límites del mar un rostro de arena". Tenía que decirlo un francés.