sábado, 5 de enero de 2013

BLACK ANGELS




El marcado contrate entre la blanca inocencia de la forja del cabecero, de las sábanas y las fundas de almohada y los elementos en negro (cabello, lápiz de ojos, collar, alas, tanga y botas), constituye una cumplida metáfora del encuentro entre dos mundos, entre dos planos de conciencia; metáfora en cuyo seno la piel rosada juega el papel de nexo, puente, punto de encuentro. O, por qué no, campo de batalla.

miércoles, 2 de enero de 2013

AÑO NUEVO, VIDA (BDSM) NUEVA




Dale a un hombre una máscara, y dirá la verdad.
Oscar Wilde 

Penúltimo día del año. Fuera, hace un frío intensísimo y del cielo encapotado cae una aguanieve persistente. Escribo mientras voy repasando, sin prisa, las diferentes prendas del esmoquin que vestiré para la cena. Un año menos, o un año más, según se mire. Un año particular, en cualquier caso (como lo fue, en otros aspectos, el de 1999), en el que parecen haberse cumplido los pronósticos generales, traducidos, a escala, en forma de una profunda crisis personal y cambios a granel. El más importante, la separación y la consiguiente asunción de mi soterrada condición de Dominante; dos hechos simultáneos y sucesivos que han venido a soldar, en un tiempo récord y para mi sorpresa, mi sempiterna fractura interna (y, de paso, un estado de depresión que llevaba prolongándose demasiado tiempo); la misma fractura que he venido padeciendo desde que tengo uso de razón. A un amigo que se maravillaba de la rapidez con que había salido del pozo y alcanzado cierto equilibrio (cuando lo natural es que una separación implique justo lo contrario), le expliqué el milagro con la analogía del nacimiento de Atenea, en el que la diosa surge de la cabeza de Zeus armada con la coraza, su casco de acero y la jabalina. Como si, durante todos estos años de tanteos, dudas, avances y retroceso (y mucha lectura y mucho estudio), en mi interior se hubiera ido formando la respuesta, de forma más o menos clandestina, y que, llegado el momento, bastó con que se quebrara la superficie para que emergiera el nuevo yo, rutilane, equipado y listo para el combate.

Sólo por eso, valdría decir que el año fue malo, sin duda, pero que valió la pena. Porque si las tres cuartas partes fueron de incertidumbre, hundimiento y apatía, a partir de septiembre la situación empezó a enderezarse hasta alcanzar el clímax de las últimas semanas. Un tiempo extraordinario que me ha devuelto la liviandad perdida y consolidado las grandes líneas del proceso. Estoy donde quería estar, y he venido para quedarme.

Se avecinan, eso sí, tiempos duros, de soledad sobre todo -yo que, desde los veinticuatro años, no he estado un momento solo (sin pareja, se sobrentiende)-; una dura prueba, para alguien que ha deseado tan fervientemente este momento, el de poder vivir a las claras su opción vital, que habrá de servir de test de mis propias convicciones. Pero incluso en los momentos de zozobra, la profunda sensación íntima de haber hecho lo que tenía que hacer, de haber cumplido con mi propósito, es suficiente para respirar hondo y decirme a mí mismo que todo va bien -y que todavía irá mejor-. Después de todo, no se da peor traición que la que cometemos contra nosotros mismos, pues es la raíz de todas las demás. Pienso en mi propia biografía, en la sucesión de relaciones (vainilla) fracasadas, en mi propio temor a asumirme y a buscar lo que deseaba y sentía necesitar, y comprendo que al ceder a ese miedo, pero sin lograr cercenar, al mismo tiempo, el carácter inexorable de mis pulsiones, he sembrado el caos, la confusión y, por qué no, el desamor a mi alrededor. En cierto sentido, he engañado más al no mostrarme tal cual era, al inicio de mis relaciones sentimentales, que al escapar de ellas como alma que lleva el diablo. Ahora sé, por ejemplo, que por lo que se refiere a la pareja, conceptos y realidades como el compromiso, la lealtad, la entrega sólo tienen sentido para mí en el contexto del BDSM. No negaré, sin embargo, el amor que pude sentir por todas las que en un momento fueron mis compañeras, pero fue un sentimiento amputado de su raíz, volátil e inconsistente y, por tanto, efímero. De acuerdo que mal podía haber actuado entonces de otra manera, cuando ignoraba el alcance -que no la urgencia- de mis pulsiones y, sobre todo, la mejor manera de canalizarlas; que obraba por tanteo y que todo aquello sirvió para alumbrar, al cabo, mi nuevo yo. Y que lo ocurrido, a pesar del dolor y el desencuentro, también les habrá servido a mis ex parejas (a las que agradezco el sacrificio involuntario) para saber más acerca de sí mismas, para distinguir entre lo que querían y lo que no. Pues en todo cuanto hacemos, en todo cuanto nos acontece, subyace la posibilidad de una lección, y la diferencia se establecerá a la postre entre aquellos que están dispuestos a aprender y los que no

Año nuevo, vida nueva pues. O: el Rey ha muerto, larga vida al Rey.