lunes, 28 de marzo de 2011

EL AZOTE DEL VIENTO

Me despierto, de golpe, en medio de la noche cerrada. Fuera, el viento ruge como una fiera desabrida, loca. Al principio, es sólo un siniestro ulular en lo alto del monte, vibrante y terco, a modo de aviso de que la fiera está ahí, de ronda esta noche. Poco a poco, el sonido crece, engorda las huestes de su inquietante ejército de espectros, caracolea, se revuelve. Escucho entonces cómo, alcanzado el punto de no retorno, la fuerza concentrada arranca, se precipita, desparramándose ladera abajo, avalancha de aire torrencial que resuena por el valle como si toneladas de piedra cayeran del encolerizado cielo y arrastraran todo a su paso. Mar embravecido, tsunami de polvo de granito, que acaba por estrellarse contra el frágil rompiente del muro de ladrillo al que da nuestra ventana (descartando, de paso y por vana, cualquier veleidad por mi parte de lograr retornar al sueño y al olvido)... Podría intentar dar a tientas con algún par de tapones en el cajón de la mesilla, pero es inútil. Mejor desisto y me regodeo un rato con el silbido restallante del viento; látigo imaginario que descarga su poder, regular, rítmicamente, sobre las anchas espaldas de esta casa, cuya piel se resiente con cada golpe, pero no cede. Mi sueño, en cambio, sí lo ha hecho, se ha esfumado y me deja, con los ojos y los músculos cargados, remoloneando bajo los edredones, pegado al cuerpo fibroso, crujiente, tierno de sévérine (cuyo descanso, bendita sea su suerte, en nada se ha visto alterado). Y del azote del viento, mi imaginación se desliza, por analogía, hasta los haces de varillas (mi herramienta favorita: ah, esos delicados dibujos de líneas en relieve que van dejando sobre la piel blanca de las nalgas), las palmetas, las fustas, los vergajos y, at last but not at least, la palma desnuda de la mano. De ahí, salto a la belleza inigualable de un cuello largo ceñido por un collar de perra, de preferencia de color negro, con detalles y hebilla plateados. El último que adquirí para sévérine va adornado con un diminuto grillete que sirve para subrayar su condición y -cosa práctica- hace las veces de argolla de la que colgar la cadena. Solo o con medias -y quizás el aderezo de un simple bustier-, concede prestancia a quien lo lleva. La elegancia -opino- no debería de estar reñida con la práctica del Bdsm.
Y así van transcurriendo las horas y hace rato ya que dejé de escuchar el bramido del viento enrabietado, entregado a las imágenes de cuerpos sumisos, adornados con collares, de rodillas o de pie, con los brazos en cruz; fantaseando con la esclava que, surgida de dios sabe dónde, vendrá a completar el cuadro ("El Dominante, la switch y la esclava") y permitirá que sévérine, que duerme plácida a mi lado, dé rienda suelta a la perversa Ama que lleva dentro y se desfogue bajo mi atenta mirada de pastor celoso del bienestar y del placer de su rebaño. Entretanto, amanece; la luz cálida se filtra por las rendijas de las contraventanas, derrocando al viento frío que se bate en retirada. Con parsimonia, guardo entonces todo mi arsenal en los cajones de mi mente recalentada y con gesto firme, ungido por un halo de sueño incompleto que me acompañará todo el día, salto de la cama y bajo a la cocina a preparar el café matutino de mi esclava.


           podría haberle sacado una foto, pero preferí dibujarlo.

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