viernes, 15 de febrero de 2013

TUTORES


 
Mucha gente, en el seno del BDSM, reniega o simplemente rechaza de plano la figura del Tutor, ya sea hombre o mujer. A su juicio, o resulta totalmente innecesaria, en la medida en que piensan que se solapa con la del Dominante o el Amo, o constituye la excusa perfecta para poder disponer, usar y abusar del sumiso o sumisa que acude en busca de orientación, sin tener que comprometerse en nada. Sin embargo, el problema, en mi opinión, no radica en la figura del Tutor o su función, sino más bien en la interpretación torticera por interesada que hacen de la misma muchos Doms de ambos sexos para sacar tajada a cambio de migajas.

Porque a mí, sí me parece necesario el rol del Tutor para aquellos casos en los que alguien desnortado, confuso, con las querencias mal definidas, trata de entender algo, de reconciliarse consigo mismo -superando sentimientos como la culpa o la vergüenza-, de asumir su condición, etc.-. No existe otro sentimiento entre ambos que la confianza necesaria para poder hablar, confesar las dudas y entrar en el delicado terreno de las confidencias. En cualquier caso, es un rol que no entraña en ningún caso el formar, o adiestrar, al sumiso que haya llamado a su puerta, ya que su papel no es sino el de mero asesor; alguien que aclara dudas acerca de qué es el BDSM; que contribuye a reforzar la autoestima de la persona a la que tutela; que le ofrece apoyo y consuelo cuando ésta nota que pierde pie, se ahoga en un mar de confusión o tiene un mal encuentro con algún depredador disfrazado de Amo solvente; que le enseña a distinguir un falso Dom de otro que no lo es (no en función de las animosidades personales, sino de criterios objetivos: no es un buen Amo quien jamás escucha, quien trata de imponer su santa voluntad a gritos, quien coacciona, amedrenta...); que le inyecta ánimo y sentimiento de orgullo por ser quien es.
Aclaremos, además, que infundir orgullo y autoestima en una sumisa, guiarla en su formación (lo que incluye el conocimiento de sus derechos) no es enseñarle una visión particular del BDSM, sino dotarla de las herramientas necesarias para que ella desarrolle y disponga de la suya propia (muchos Doms sienten rechazo hacia esta posibilidad, pues ven mermadas sus posibilidades de modelar a la parte sometida a su gusto y sin apenas resistencia).

No tiene pues el menor sentido que lleven a cabo sesiones juntos (aunque podría considerarse la excepción, harto excepcional, de que la propia parte sumisa lo solicite, al cabo del tiempo, cuando ambos se conozcan muy bien y confien plenamente el uno en el otro, estipulando con detalle los límites y el grado de implicación; aunque ya digo que no deja de ser arriesgado por las posibles derivas emocionales); tampoco lo tiene que la parte tutora se empeñe en modelar nada en absoluto (porque en ese caso, sería incurrir en flagrante delito de manipulación).


Lo importante es comprender que la confusión de papeles favorece el poder nadar y guardar la ropa; o lo que es lo mismo, diluir la responsabilidad, el sentido de compromiso y el valor del pacto. Lo cual constituye una falta de respeto tanto hacia la parte a la que se pretende confundir, con la coartada del consejo y la ayuda, como hacia uno mismo. La claridad conceptual, la firme voluntad de evitar toda manipulación, todo abuso, todo ventajismo, o el rigor en el trato y en la aplicación del acuerdo son otros tantos valores que creo indispensables para la dignidad de quienes asumen un papel tutelar (y la de sus tutelados). Sin eso, no hay más que vulgar depredación, muy al gusto vainilla. Y ya si sabe, si con el tiempo y el roce cambian los sentimientos, no hay más que sentarse a redefinir el acuerdo y tener el valor de llamar las cosas por su nombre.

¿Suena idealista, o cuando menos poco realista? ¿Quizás ingenuo? ¿Imposible de llevar a cabo? Puede, aunque no lo creo; porque es cuestión de voluntad, de firmeza y de fe en la labor que se lleva a cabo; en cualquier caso, no he huido del universo vainilla y me he refugiado en éste para reproducir esquemas basados en la manipulación del más débil, exhibir testosterona al por mayor, llevar una vida de cómodo y fatuo pastoreo de incautas, o saltarme los principios que para mí dan sentido a este submundo para poder darme el gusto de tener a alguien a mi merced, como si fuera carne de cañón.

Y es que sin duda sonará antiguo, pero la falta de honestidad, de rigor y de claridad de ideas, así como la dejadez o la falta de elegancia en general (no me refiero sólo a la forma de vestir) constituyen para mí una grave carencia en el carácter de un Dominante; tan grave, de hecho, que pone en entredicho su valor como tal. Porque ser Dom o Amo/a es algo que exige no sólo saber cómo se maneja una fusta, o qué partes del cuerpo hay que respetar a la hora de emplearla, sino autocontrol, un enorme sentido de la responsabilidad, empatía, coherencia, rectitud y compromiso (para consigo mismo y para con la parte sumisa o tutelada). Exigencias puestas a prueba, precisamente, en el ejercicio de la tutoría; y valores que se suelen dejar de lado cuando el ansia aprieta y la oportunidad llama a la puerta. Sin ellos, el BDSM no es sino la tapadera perfecta para abusones, machirulos, ventajistas y demás ralea (de ambos sexos). Distinguirnos de ellos es una sagrada obligación. La tutoría, una forma de demostrarlo.

No hay comentarios: